sábado, 14 de abril de 2018

Debajo de una revista


Debajo de una revista
se escondió mi gato Dante
y lo encontré en un instante
porque ya tenía una pista.

De letras no entiende nada,
mascar papel le da náuseas
pero adora que lo veas
cuando salta en la mesada.
Resultado de imagen para gato debajo de una revista 
Se duerme sobre un tapete 
con una almohada rosada.
Si se aburre usa un chupete
que le aumenta la papada.

Gran señor bajo la Luna
juega a que le hace ojitos,
maullándole hasta la una
con un montón de gatitos.

¿Será que se ha enamorado
que al cielo no quita el ojo?
Los lunes, gruñe embobado
y los viernes anda cojo.

Debajo de una revista
se escondió mi gato Dante,
le convidé un vigilante
¡no hay modo que se resista!

viernes, 14 de abril de 2017

Noah, ese Sol de Verano


La vida últimamente ha sido generosa. 


Allende un mes de Enero acalorado
sin mediar seña, anuncio o clarinete
llegó Noah, tan bello, tan azucarado,
poniéndose el mundo por bonete

Mi “poroto majul” (¡¿ehh!?) le digo yo,
abuela inventando palabras alucinada
o - ¡Titito Noir! –
le celebra su abuelo Carlos,

 con una alegría nueva e inesperada.

Un Sol de Verano con alas de satén,
asomando en un carruaje de estrellas
tan pequeñito, arrebujado y tenue
Mi dulce caballero de luna redonda,
sus piecitos bailando en fugaz minué
hasta dormirse con su mamá de ronda

De manitos frías y deditos largos,
una multitud lo arrulla día con día
y otra multitud lo extraña horas y horas
Con sus mejillas encopetadas de sonrisas
y ojos grandes, brillantes como farolas
bendiciendo a todos y a cada uno
con sus graciosos y especiales “halla” (*)

Entre caricias otoñales y besos acústicos
yo también te bendigo, Sol de verano,
con estos versos de Nana pizpireta,
en sus orígenes espontáneos y rústicos
aderezados con ingenios de poeta
para que estés siempre, aún si lejano

como la palpitante grafía de un milagro.-




(*) significa “hola” en el idioma de Noah.-

lunes, 29 de agosto de 2016

Patituerta

 
Que para allá que para acá
saltando sobre una pata,
pico abierto, ojos de nata,
se acalambraba la urraca.

Se acalambraba la urraca
dando gritos sin cesar:
volando bajo al pasar,
que para allá que para acá.

Iba renga y siempre triste;
con sus plumas diferentes:
sin brillo y muy desiguales.
Flaca, torpe y sin alpiste.

Se dejó la pata izquierda
en algún lugar del llano.
Es por eso que anda lerda,
patituerta y con desgano.

- ¿Y donde la habrá dejado?
No se acuerda para nada;
- ¡por dónde! – dijo su hada
dando vueltas con enfado

En la cueva de un cobayo
la pata había ido a parar.
Muy apurado en su andar
porque le dolía un cayo,

la pata se había llevado.
Pensó que era una pajita
y la guardó en su cajita
para usarla en el asado.


¡Ay urraca patituerta!
Pobre urraca en una pata,
dando una y otra vuelta 

con sus ojitos de nata.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Gavio poemas de gallinero

Un gallo arrogante

Se pasea en silencio y altanero
y a su paso se calla el cotorreo.
Va mostrando altivo su meneo
¡su co ro có respeta el gallinero!

Él siempre se viste de fiesta:
blanca chalina en el gollete ,
plumas batidas a soplete
y moño azul sobre la cresta.
Anda que anda cada mañana
y regresa, con el pico tirante,
cacareando  muy arrogante
agitando su cabeza colorada

Cuando la noche viste el poblado
del co ro có no si oye ni el eco.
Las gallinas empollan en el hueco

y el gallo se duerme todo inflado  

sábado, 9 de agosto de 2014

Adivinanza




Le pregunté al hada Ana,
¿Cuántas gotitas de lluvia
rodarán por mi ventana?
-Serán muchas si diluvia
y pocas en la mañana.

- O tal vez pueden ser tantas
que de contarlas te espantas
y al despertar muy temprano,
no habrá ni rastro en el llano

martes, 29 de julio de 2014

Un cuento compartido desde el Face de Maria Alicia Essain

Un cuento con brujerías para las vacaciones de invierno.
Brunilda
Autor: María Mercedes Córdoba

Brunilda tenía un sapo que se llamaba Uberto.
Por las tardes ella iba a la escuela, a la vuelta de su casa.
Un día Uberto también quiso ir y se metió en el bolsillo de Brunilda.
En el fondo de la escuela había un pequeño estanque con tres patos y algunos peces. Uberto pensó que era el lugar ideal para que un sapo se sintiera feliz, y decidió vivir allí. Esto fue muy provechoso para la escuela porque a Uberto le encantaba comer mosquitos.
Brunilda tenía muchas amigas y la pasaba muy bien. Como todas eran brillantes alumnas, el director les había dado permiso para investigar en el laboratorio durante los recreos. Brunilda probaba de hacer muchas de las recetas que su abuela le había cantado cuando ella era bebé.
Para los piojos había una receta así:
Machacar un diente de ajo
con las flores de lavanda
Una pizca de romero,
mientras hierve en el caldero.
Las amigas pusieron la mezcla en unos frascos pulverizadores y, mientras cantaban la receta se rociaban los pelos unas a las otras. Todo parecía un juego pero, a partir de ese momento, no hubo ni un solo piojo en la escuela y las chicas, desde ese día, pudieron usar el pelo suelto y dejárselo crecer bien largo.
Claro, cada vez que había luna nueva repetían la operación (lo de la luna nueva fue un agregado de Brunilda porque ya que funcionó, pensó en ponerle un poco de misterio).
Una vez probaron otra de las recetas de la abuela de Brunilda, en el día del cumpleaños del director Osvaldo. Como lo querían mucho decidieron sorprenderlo con una gran torta.
Cantaron, batieron. Batieron y cantaron sin parar. La torta salió tan grande, rica y esponjosa, que alcanzó para los alumnos, maestros, portero y hasta para los vecinos que pasaban por la vereda. Cuando sonó el timbre de salida, tanto alumnos como profesores se fueron riendo y rebotando, rebotando y riendo.
Pero una vez a Brunilda se le fue la mano, justamente el día que venía la inspectora para controlar que todo estuviese en orden, ya que había oído que en esa escuela pasaban cosas raras.
Entonces Brunilda no tuvo mejor idea que recordar una una estrofa que decía así:
Si hay un día especial,
que querés que todo brille igual,
y el que venga de visita
se lleve una impresión genial...
Machacá cien veces
dos trocitos de algarroba y nueces,
jugo de limón y polen
cosechado por la abeja vieja,
dos cucharas de miel,
y cáscara de naranja seca...
Las amigas de Brunilda habían conseguido todo. Eran unas ayudantes maravillosas. Daba gusto verlas trabajar así.
La mezcla quedó espesa y humeante. El aroma era exquisito, dulzón, afrutado. Era el olor típico a una tarde soleada de verano.
Estaban todas batiendo y soñando despiertas, cuando Uberto entró a los saltos buscando un mimo de su dueña. Por esquivar al portero que justo salía con el plumero, chocó contra la pata de la mesa donde estaba el humeante caldero. El caldero se bamboleó, y aunque seis manos rápidas evitaron que se vuelque, un chorro de la pócima empapó al pobre Uberto, que muy compuesto y amable sonreía como diciendo:
—No se preocupen, no me venía nada mal un buen baño.
En eso llegaron los varones a los gritos y empujones. Volvían de jugar un partido en el campito. Ni bien cruzaron la puerta de la escuela bajaron la voz, se sentaron en un rincón del patio y con un trapo se limpiaron prolijamente el barro de las zapatillas.
El aroma a verano de la abuela de Brunilda estaba haciendo efecto.
En ese momento llegó la inspectora. Ni bien entró, Uberto, súper rápido, saltó a su lado. Y entonces, para sorpresa de todos, se oyó clarita su voz grave de sapo:
—Soy Uberto, señorita inspectora, para servirla a usted. —dijo, haciendo una pequeña inclinación.
¡Se armó un desparramo! La inspectora primero gritó, después se quedó muda y al final se desmayó. El portero, por suerte, la atajó.
Las chicas no podían parar de reírse y los varones, como habían quedado en la esquina del patio, pensaron que era una broma y que alguien había hablado simulando la voz del sapo.
Brunilda, en dos segundos, agarró al sapito y se lo metió en el bolsillo mientras le explicaba ochenta veces que los sapos no hablan. Después le prometió llevarlo de excursión y hasta prepararle su postre favorito:

...con bicho bolita
acaramelad
babosas y lombrices
con sabor a helado.
o,
Cuando la inspectora volvió de su desmayo le dijeron que seguramente le había bajado la presión. De todas maneras ella no dejaba de mirar al sapo con desconfianza. Pero Uberto, ante la expectativa general, sólo hizo “croac”, como todos los sapos.
Las chicas le prepararon un café con medialunas a la inspectora para que se sintiera mejor. Los chicos también estaban de muy buen humor. Como despedida entonaron entusiasmados “La Marcha de San Lorenzo”.
—Todo está en orden, pero casi se podría decir que esta escuela está hechizada —dijo la inspectora alegremente, por hacer un chiste.
Se escucharon risitas y cuchicheos mientras, de reojo, todos miraban a Brunilda que ponía su mejor cara de nena buena.
Cuando la inspectora se fue, el director Osvaldo la llamó a dirección y le preguntó:
—¿Cómo es eso de que Uberto habla?
—No, dire, los sapitos no hablan. ¿No es cierto Uberto? —dijo Brunilda tranquilamente.
Entonces Uberto, obediente, se quedó callado.
Solamente sonrió y con picardía le guiñó un ojito.

domingo, 6 de abril de 2014

Juaco y la tienda de antiguedades

La tienda era acogedora y al pasar los minutos las paredes cambiaban de colores hasta volver a su tono original; afuera, el viento soplaba intenso y provocador. Juaco se afirmó con sus manos heladas sobre un tablero de troncos y susurró:

—Aquí está calentito. Parece que estoy dentro de un caleidoscopio. — y con su dedo índice escribió su nombre en el polvo que cubría el piso y luego de deletrearlo poco a poco, se quedó dormido

Las letras se movieron primero un poquito. Unos minutos después se movieron tanto que se encontraron paraditas frente a Juaco, muy asombradas. Afuera el viento rugía y la lluvia semejaba un piano desafinado. Las cinco letras se acomodaron formando una medialuna, sentaditas y muy serias

— ¿es una montaña? — preguntó Jota, con un hilo de voz que más bien parecía un hilo de polvo luminoso.

U se río y su risa se oyó como el vuelo de una abeja.                                 

- Zzzzz, zzzzz, zzzz -
- las montañas no suspiran ni usan gorros —dijo A pensativa y se incorporó dando unos saltitos hacia adelante para ver mejor —. ¡Qué grande!! – exclamó al fin. Y su grito fue más bien como el canto de un búho.-
- Uhhh uh uuuuuhh -



 Tal vez sea una campana gigante — sugirió Ce estirándose hasta parecerse a Ele minúscula, tal como hacía cada vez que estaba impresionada.
- Gigante puede ser, pero las campanas tienen forma de pera – opinó O con picardía - que por su parte, sólo estaba apenas impresionada – y esto se parece más a una banana — y envalentonada, se acercó a la nariz de Juaco para ver que se veía dentro de esos agujeros.

Afuera el viento soplaba y soplaba intentando entrar por debajo de las puertas de la tienda — y las cinco letras, comenzaron a correr de aquí para allá espantadas.

El alboroto despertó a Juaco que abrió los ojos primero un poquito y en seguida, los abrió tanto que sus pupilas parecían pequeñas linternas verdes. Algo o más bien, varios algos corrían de acá para allá en una carrera que no parecía llevar a ningún lado.

- ¿qué pasa aquí? – dijo Juaco intentando hacer sonar su voz como la de un niño grande, aunque sabía que era un poquito pequeño y al instante, Jota, U, A, Ce y O, se detuvieron en mitad de la tienda, una al lado de la otra, observando inmóviles a la montaña campana con gorro y forma de banana que en este momento, no suspiraba sino que “¡hablaba!”
    
              Ce se movió un poquito, pero sólo para estirarse hasta parecerse a Ele minúscula. Y en un segundo recobró su forma. Jota, U, A y O ni se inmutaron y entonces Juaco, nuevamente deletreó su nombre pausadamente, sólo que esta vez las letras estaban frente a él, paraditas como soldados y no en el piso donde él las había dibujado

- Hola - corearon las letras algo nerviosas; bueno en realidad, bastante nerviosas – y O que era la más valiente, preguntó:
- ¿puedes hablar?


Juaco enseguida pensó que su tía Margarita tenía razón. “En la tienda de antigüedades pasaban cosas raras” le había dicho y por eso nunca le daba permiso para entrar.

- las que no deberían hablar son ustedes… - dijo entonces mientras las miraba con desconfianza
- ¿porqué no? – preguntó Jota con su hilo de voz que parecía polvo en movimiento. U por su parte se rió, con su risa como vuelo de abeja; A dio dos o tres saltitos con su grito como canto de búho y Ce, silenciosamente, se fue estirando hasta parecerse a Ele minúscula.

Y acto seguido, las cinco letras se sentaron en medialuna sin decir más nada, mientras afuera el viento seguía soplando y la lluvia seguía tocando su melodía de piano desafinado, que seguro desafinaba porque estaba mojado.

- Porque no – dijo Juaco muy serio aunque no sabía la respuesta – porque… son letras que yo dibujé en el piso, dibujos con forma de letras que no hablan ni nada. Son sólo eso, dibujos. No existen.-

Y dicho esto, se arrodilló en el piso y comenzó a dibujar en el piso la palabra “No” una y otra vez hasta que cinco veces y cada vez que dibujaba un No y lo repetía en voz alta, éste dejaba de ser un trazo en el piso y levantándose, corría a sentarse en medialuna detrás de las primeras cinco letras

- ¡Tía Margarita!- gritó entonces Juaco más asombrado que las letras cuando lo vieron durmiendo. – Tíaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa -

Unos pasos apurados fueron acercándose y la puerta del sótano se abrió, dando paso a la Tía Margarita.
- ¿qué pasó? ¡Juaco! Te dije que no podías entrar a la tienda – y se acercó al niño que lloraba desconsoladamente, con tanto miedo.

Y junto con la Tía Margarita llegó el viento y armó un remolino.

- ¿letras que hablan? — preguntó la Tía Margarita a Juaco que haciendo pucheros le contaba su experiencia. Y mientras tanto, el remolino daba vueltas y vueltas alrededor de la tienda, levantando el polvo y arrastrándolo hacia la puerta.

Las letras que ya no eran cinco sino un montón se agarraron de las maderas del piso para que el viento no las arrastrara en sus volteretas. Y la lluvia y el polvo se mezclaron y las letras y las notas de piano mojado desafinado formaron una canción de barro en el zaguán

Juaco dejó de llorar y prestó atención al sonido que llegaba de la calle, mientras la tía Margarita lo observaba divertida.
Ya no soplaba el viento. Ya no llovía y en mitad del cielo, frente a él, una medialuna gigante de varios colores atravesaba el cielo. Había pájaros volando bajito, dibujando garabatos con su vuelo. 

 Eran unos pájaros algo extraños y cuando miró un poquito más, descubrió que el arco iris – Tía Margarita le dijo que así se llamaba esa gran medialuna - tenía escrito su nombre. Y alrededor, cinco pajaritos muy pero muy pequeñitos garabateaban la palabra No.-
La tía Margarita le guiñó un ojo y dijo:

- te advertí que en la tienda suceden cosas raras –


Y a Juaco le dieron muchas ganas de reír y rió, río fuerte y mucho.
El eco de su risa se adhirió al polvo, se sumó al zumbido de una abeja y se extinguió con el canto de un 
búho.