viernes, 25 de mayo de 2012

Una cosa yo perdí


Cuento Infantil con moraleja


Era un sitio totalmente extraño. No lograba darse cuenta en qué perdido lugar había ido a parar.
¿Habría dicho las palabras correctas?
Sólo unos cuantos metros lo separaban del enorme aparato con ruedas que tenía frente a él. Un señor muy serio, con traje y corbata parecía llamar a los presentes y esa voz, resonaba en su cabeza como un boomerang:

- Los pasajeros con destino incierto, favor de ascender. La salida es en 5’…-

- ¿con destino incierto? – repitió impresionado - ¡entonces era verdad! …Toda esa gente viajaba sin saber a dónde…-

Para aquí y para allá, todos iban y venían atravesándolo una y otra vez. Claro que él no era nada fácil de ver.
Y es que HUFI, tal el nombre de nuestro personaje, es nada más y nada menos que un duende. Sí; un duende; uno de esos seres de fantasías de quien se habla en cuentos y relatos pero que nadie cree que puedan ser reales. Pero HUFI es muy real.
Viene de un pequeño bosquecillo escondido en uno de los paisajes geológicos más singulares y bellos de Europa, llamado El Torcal, en la Provincia de Málaga, España.
Es un duende muy especial. Un GNOMO, para ser más exactos. Pequeñito, muy pequeñito; mitad hombre y mitad ángel en su interior. Travieso, bromista y casi siempre de buen humor…casi siempre.
HUFI es uno de los guardianes de la naturaleza a quien protege de los seres humanos poniéndoles obstáculos aparentemente naturales.
Vive en el Bosque Despejado, bautizado así por las hadas del tiempo, debido a que allí nunca, pero nunca, nunca, se ve una sola nube atravesar el cielo.


Y sí, ya sé lo que están pensando…
Se preguntarán cómo es que existe un bosque donde nunca llueve. Bueno, es simple. Hay cosas en la naturaleza que sólo ocurren. Sin explicación y sin discusión.
Como dice esa frase que seguro han oído alguna vez, “la naturaleza es sabia” y ella, en su sabiduría, se las ingenia para que, por ejemplo, el Bosque Despejado, no necesite agua de lluvia para existir.
Pero volvamos al principio de la historia.

¿Dónde está HUFI en este momento?. No parece ser su bosque natal; quizás una estación de trenes o autobuses: gente que va y viene, un gran aparato con ruedas. Un señor con traje y corbata anunciando una partida. Y sí; definitivamente es una estación.

Pero, ¿qué hace allí?. Ni él mismo parece saberlo así es que, tendremos que averiguarlo. Pero antes, les contaré algo más sobre HUFI, el gnomo.
Sus antepasados, tatarabuelos, bisabuelos, etc, eran originarios de las montañas de Cantabria. Y en esas tierras, allá en España, algunos duendes son conocidos como “duendes de los extravíos”; seres a los que la gente pide ayuda cuando pierde algo.
Cuando eso sucede, lo primero que se hace es repetir, muy concentrado:

“ duende, duende, duendecito, una cosa yo perdí;
 duende, duende, duendecito, compadécete de mí”

HUFI ha heredado esas habilidades de sus ancestros y a veces, oye ese llamado de auxilio y, si no está muy ocupado corre, de abajo hacia arriba, de arriba hacia abajo, a uno y otro lado del globo terráqueo, hasta dar con quien lo necesita y con su objeto perdido, todo gracias a su catalejo mágico, con el que ve las cosas más lejanas.
Se que están ansiosos por saber qué tiene que ver esta habilidad de HUFI con la estación de trenes, o autobuses. Se los diré, se los diré. Paciencia porque antes, hace falta que les presente a otro personaje importantísimo de esta historia.

Ella es BRUMI, una nube. ¡Sí!!.. Una nube. Como lo oyen, o como lo leen. Una nube muy vaporosa, blanca con un voladito azul muy fino en su vestido de gasa y cargada con montones de gotas de lluvia que reparte allí y allá, donde sea necesario.
Sucedió que una tarde, a la hora en que los duendes del silencio se deslizan en el aire, es decir, la hora de la siesta, viajaba BRUMI plácidamente por esa comarca azul, tan inmensa que llamamos cielo y, repentinamente, se sintió perdida. No sabía dónde estaba, ni dónde ir; ni que paisaje llover o que historia mojada contar.
Confundida y temblorosa, BRUMI se quedó inmóvil, como una estatua esponjada en medio de un cielo muy extraño. Era de otro azul, distinto del azul cordillerano de su querida Patagonia. Muy distinto y sin embargo, no menos hermoso.
De pronto, un pensamiento iluminó sus ojitos de algodón, porque recordó algo que le ensañara su abuela Doña Húmeda. Una frase mágica que servía para llamar al “enano que todo lo encuentra”, como solían llamar sus antepasados al “duende de las cosas perdidas”. Y claro.

Claro que sí.
La familia de BRUMI, nube tras nube, provenía del Valle de Pisueña, en tierras de Cantabria, España, cuna de toda la parentela de HUFI.
¡vaya coincidencias de la vida, ¿verdad?
Pero no. No es tan casual. Porque resulta que mucha, mucha gente que vive en Argentina, en América en general, proviene de familias europeas; no sólo de España, también de Italia, Alemania, etc. Son los inmigrantes. Una historia fascinante. Pero ahora, volvamos a la nuestra: la historia de HUFI y BRUMI.

BRUMI comenzó a repetir, una y otra vez, paradita sin moverse ni un solo milímitro, las palabras de auxilio:

“ duende, duende, duendecito, una cosa yo perdí;
duende, duende, duendecito, compadécete de mí”.

Y mientras ella lo hacía, a esa misma hora, justo en ese minuto y segundo exactos, no muy lejos de allí, venía HUFI viajando, muy, pero muy ocupado, sobre un rayo de sol. Intentaba espantar al polvo del fuego, porque debajo, bien, bien abajo, a la orilla de un arroyo, dos hombres absolutamente irresponsables, se entretenían queriendo encender una fogata, en un sector donde no estaba permitido hacerlo.
HUFI, aún ocupado como estaba, oyó una voz, muy triste, dulce y cantarina que repetía y repetía:

“ duende, duende, duendecito, una cosa yo perdí;
duende, duende, duendecito, compadécete de mí”.

- ¡Ay!…¡no!…¡No ahora! – exclamó el duende.-
Pero de todos modos, más allá de sentirse molesto por la interrupción, no pudo resistir la curiosidad.
Acomodó el catalejo en su ojo derecho, que era su ojo más curioso y comenzó a investigar la procedencia del llamado.
Cuando finalmente descubrió de dónde llegaba aquella voz, se enojó tanto pero tanto, que se cayó de su transporte dorado y fue a parar, precisamente, sobre el brumoso y algodonado cuerpecito de BRUMI, la nube.

- ¡ Ay, Ay!!! – protestó ella sorprendida por lo inesperado de la aparición de ese ser tan…tan graciosamente vestido que acababa de aterrizar sobre su espalda.

- ¿quién te crees que eres para golpearme así? . preguntó

- ¡Eso quisiera saber yo!… - respondió HUFI sin disimular su enojo.

- ¡ ahh bueno! . veo que encima no eres para nada amable – le contestó BRUMI ofendida ante la descortesía del duende – Soy BRUMI y estoy buscando al Duende de los extravíos… ¿eres tú? – preguntó de pronto, recordando la descripción que su abuela hiciera de él.-

- No contestaré esa pregunta – le dijo HUFI, desviando la mirada – tienes que irte inmediatamente.-

- Pero…pero – comenzó a protestar la nube - ¿Porqué?

- Porqué sí…porque yo lo digo. Soy el Guardián de la naturaleza y te lo ordeno.-

- ¿Guardián?…Pero no puedo. ¡No puedo! – BRUMI quería entender porqué el duende la echaba en lugar de ayudarla – no se dónde ir. Olvidé mi camino. Estoy perdida. ¡Tienes que ayudarme! – BRUMI estaba ahora desesperada – Sé que eres el duende que busco. Lo se…-

- Lo siento… - HUFI, que ya comenzaba a conmoverse con la tristeza de la nube y a dudar sí estaba haciendo lo correcto, volvió a desviar la mirada – no puedo ayudarte. Mucho menos hoy.

- Estás en una zona prohibida para las nubes. Si las hadas del tiempo te descubren aquí, será tu fin y yo, seré expulsado del Bosque Despejado, por desatender mis deberes de guardián y esa… ¡es mi tarea más importante! –

- Pero, por favor… ¡No puedes negarte! – suplicó la nube – eres el “duende de las cosas perdidas” y…-

- ¡No!…Soy HUFI, guardián de la naturaleza – la interrumpió el duende que no quería seguir oyendo. No quería dar el brazo a torcer, porque la tarea de “enano que todo lo encuentra”, nunca le había simpatizado – ese otro trabajo del que hablas, sólo lo hago cuando estoy aburrido lo cual, por suerte, casi nunca ocurre. Debo irme – dijo elevando la voz – el Bosque me necesita.-

- Por favor…¡por favor!. Si no me ayudas, los seres de la oscuridad me llevarán a la estación de autobuses y me enviarán a las horribles tierras de lo incierto…-

- ¡He dicho que no puedo! – gritó entonces HUFI ya casi sin poder resistirse a las lágrimas que comenzaban a rodar por la carita redonda de la nube - ¡Vete! Es mi última palabra.-

Miró hacia abajo, en busca de un rayo de sol desocupado y una vez sobre él, se fue, sin detenerse a mirar hacia atrás.
BRUMI entonces, sintiendo que su corazón comenzaba a partirse en miles de gotitas de cristal, comenzó a deshacerse sobre el arroyo, dejando en el aire un rastro de bruma que sin ninguna dificultad, siguió inmediatamente Dockalfar, el verdugo de turno de los seres de la oscuridad. Su tarea ese día, era precisamente recoger a BRUMI y trasladarla a ese destino que ella tanto temía.

Horas más tarde, cuando HUFI al fin terminó con éxito su trabajo con los incendiarios, vencido por el remordimiento que lo persiguió durante toda la jornada, recordó la carita triste de BRUMI. Pensó que no podría soportarlo más y se dirigió hacia el sitio donde la abandonara. No había rastros de la nube.
EL gnomo, angustiado y arrepentido por haber desatendido tan fríamente el pedido de auxilio de aquella nube indefensa, se sentó sobre una piedra junto al arroyo y lloró. Lloró y lloró como nunca lo había hecho antes en toda su larga vida de duende. El, que siempre reía y reía con esa risa larga y burlona, ahora lloraba sin consuelo y sus lágrimas, saladas y diminutas, caían y resbalaban sobre la piedra, mojando su àspera superficie.

- Shhh….Shhhh …. –

Alguien chistaba cerca de HUFI pero el duende, por más que miraba, no lograba ver a nadie en los alrededores.

- Shhh…Shhhh – otra vez.

HUFI entonces, encendió sus linternas mágicas pues ya era noche cerrada. Nada. NO había nadie cerca.

- Shhh….aquí…ehhh! – HUFI cayó en la cuenta que la voz, parecía venir desde abajo del mismísimo lugar donde se hallaba sentado. Y en ese momento, la gran piedra comenzó a moverse, dejando al duende, con los ojos y la boca abiertos de la sorpresa.
Era la piedra. La piedra le estaba hablando. Bueno. El era un duende. ¿Por qué se sorprendía?

- Eres una piedra, disculpa – contestó HUFI – pero pensé que los seres inanimados necesitaban un hechizo o algún desencadenante para poder hablar… -

- Así es. Tú me has dado vida esta vez – contestó la piedra burlona.-

- ¿yo? – HUFI la miró sin entender - ¿qué hice yo para que hables? –

- estaba yo aquí, fresca y relajada, durmiendo un sueño plácido desde hace quince soñados años terrestres, arrullado por el canto del arroyo y entonces llegaste tú con tus copiosas lagrimillas -

- ¿mis lágrimas? - HUFI ahora entendía menos - ¿dices que mis lágrimas te han despertado?.- a pesar de su tristeza, HUFI comenzó a reír – eso si que es muy gracioso.-

- ¡Ríete! Anda, ríete todo lo que quieras – dijo la piedra con un dejo de ironía que no escapó a los oídos del duende.-

- ¿porqué me hablas en ese tono? después de todo, duende o no, no es fácil creerse que las piedras hablen y que para colmo, mis lágrimas sean la causa.-

- Es verdad. Las piedras sólo hablamos cuando existe una muy buena razón Y en este caso, a pesar de tus lágrimas milagrosas, es tu corazón de piedra quien me ha hecho despertar. Hoy, has sido mucho más duro que todas las piedras de este arroyo.

- ¡no es verdad! – intentó defenderse HUFI, que ya se daba cuenta por dónde venía el comentario de la piedra – Tú lo dices por aquella nube que vino a pedirme ayuda. Pero tú lo sabes mejor que yo…¡Tenía que defender el Bosque!.-

- Si, tenías que hacerlo – contestó la piedra suavizando el tono – pero aún así, fuiste duro. Innecesariamente duro. Podrías haber ayudado a BRUMI, de todas formas.

- Si le hubieras dado una sola, una sola esperanza de encontrar su rumbo, ella, con esa ilusión, hubiera logrado engañar a sus enemigos

- ¿Enemigos? - Otra vez HUFI estaba confundido

- Así es, sus enemigos. Aquellos que la desviaron de su ruta: la duda, la indecisión, la ansiedad, el miedo, etc., para que nombrarlos todos ahora.

- Pero yo… - HUFI estaba desconcertado - ¿qué podía hacer yo? No puedo encontrar el rumbo perdido de una vida. ¡Y menos la de una nube!

- Quizás no - dijo entonces la piedra – pero tal vez lo que debes encontrar no es un camino. Quizás tu misión sea descubrir el cielo que BRUMI parece no ver.

- Ya sabes – continuó la piedra, viendo que la cara del duende cada vez mostraba más confusión – a veces, hay cosas tan simples, que de tan obvias, no podemos verlas. Pero esa misma sabiduría que tú usas tan adecuadamente en tus tareas de guardián puede también ayudar a despejar la bruma

- Pero ahora ya es tarde – dijo el duende desolado – aunque encontrara la forma de ayudarla, ella ya no está.-

- Eso no importa. Aún estás a tiempo. Sólo tienes que repetir conmigo un conjuro que usan las hadas para trasladarse en el tiempo y en un abrir y cerrar los ojos, estarás en la estación donde BRUMI espera su turno para embarcar.

- ¿un conjuro de las hadas?Estás loca. Me desterrarán del Bosque si se enteran.

- No se enterarán – dijo la piedra – no te preocupes por eso. Yo me encargo de que nadie se entere. Ahora, escúchame atentamente: cuando quieras regresar al Bosque Despejado, deberás repetir exactamente las mismas palabras, pero pensando en tu hogar, ¿entendiste? –

- Si, creo que si – contestó el duende algo temeroso.-

- Bien. Concéntrate sólo en BRUMI y repite conmigo:

- Sopla el aire, sorbe el agua…-

- Sopla el aire, sorbe el agua … -repitió HUFI sin entender mucho.-

- Prende fuego a los minutos y sácame de esta tierra-

- Prende fuego a los minutos y sácame de esta tierra…- repitió HUFI.

Y así fue como HUFI, al abrir los ojos, se encontró en aquella estación de autobuses tan particular. Perdido y sin la menor idea de dónde ir, comenzó a buscar a BRUMI.
Pero, se había equivocado de andén.
Los seres “climáticos”, no viajaban en la misma sección que otros de diferente especie como los humanos, los animales, etc.
HUFI, había ido a parar al andén de los seres terrenales. Y sus pies que siempre iban tan de prisa con esas sandalias de pelo de cabra, ahora parecían clavados al cemento de la plataforma.

Enormes y rústicas columnas separaban las distintas secciones de la estación. HUFI miraba hacia todas partes y cada vez se sentía mas perdido.
Inconscientemente, sus ojos se detuvieron en un punto de la vieja columna que tenía a su lado. En ese preciso momento, vio que una mano, diminuta y gorda, le hacía señas desde los ladrillotes.
HUFI miró en todas direcciones. ¿le hacía señas a él?. El era el guardián de la naturaleza. No iba a asustarse de una insignificante mano contorsionándose. Se acercó sonriendo ante su propio pensamiento y antes de poder reaccionar, se vio parado en una plataforma similar a la anterior, pero esta vez, en lugar de cemento, el piso parecía de algodón y una densa bruma rodeaba todo el lugar.
Algunas nubes, parecidas a BRUMI, hacían fila al pie de un gran árbol que luego supo, era un enorme y viejo algarrobo que constituía la entrada al cielo sin regreso de todos los factores climáticos que perdían el rumbo. Como BRUMI. En otra fila, había rayos apagados, relámpagos chuecos, ventarrones afónicos, etc.
Y entonces la vio. Tan pálida, tan débil, que parecía que en cualquier momento sería solo humo y aire.
Dockalfar, el verdugo, se encontraba a pocos metros de ella, revisando las listas de viajeros.
HUFI entonces, desesperado, comenzó a pensar. ¿Qué haría para ayudarla?
Ella no había perdido algo común y corriente. Nada menos que sus pasos por la vida. Eso había perdido la nube. ¿pero dónde estarían?
Los minutos celestiales no eran como los de fantasía. Duraban más, mucho más incluso que los terrenales. En aquellas latitudes, había mucho que hacer y poco personal, sobretodo de ese lado, donde todo era confusión y oscuridad.
HUFI pensó que nunca, en toda su vida de duende había tenido que resolver un caso de extravío tan misterioso y difícil. Y para colmo, tenía que combinar sus habilidades de “buscador” con las de guardián pero, ¡cómo!
Levantó su catalejo y miró por sobre la fila de nubes, allá, a lo lejos, donde se perfilaban las altas cumbre cordilleranas. De pronto sonrió. Su sonrisa, iluminó de tal manera el andén de la estación que, hasta BRUMI, perdida como estaba, comenzó a sonreír.

Y así fue como HUFI descubrió el sendero perdido de BRUMI.
Porque, lo que BRUMI había perdido ERA LA SONRISA, no los pasos. Por eso, cuando sintió en su corazón el calor de la sonrisa de HUFI, que a pesar de la distancia y las diferencias, a pesar de ser un duende tan ocupado, había encontrado un espacio en su mundo para tenderle su mano.
HUFI se acercó a la nube e hizo algo que nunca antes había hecho. Le prestó su catalejo a BRUMI. Con el que veía las cosas más lejanas, las más escondidas.
Y BRUMI, al mirar a través de él, descubrió que su camino era aún muy extenso. Qué había mucho cielo por recorrer; mucha lluvia para repartir y tantísimas historias mojadas que contar.

MORALEJA:
No hay fronteras para la imaginación, ni distancias que el corazón no pueda recorrer.
Y siempre, siempre, hay almas que nos tienden su mano e iluminan los senderos más obscuros. -

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