lunes, 27 de febrero de 2012

Intriga de polen



Busilis era un duende muy chistoso, inquieto y bastante gruñón que vivía en un país con un preocupante índice de sobrepoblación: el país de las mentiras.

Vestía siempre un traje negro, de etiqueta, muy gastado y que además, ya le quedaba algo ajustado para su talle. Lo acompañaba con un sombrero bastante exótico (en realidad era un dedal de costurera que trajo de su último viaje, una tarde de siesta, a un Hogar de Ancianos) y un bastón de madera que para ser exactos, era un escarbadientes robado esa mismo día pero un rato antes, en el almuerzo de los abuelitos.

He aquí que el tal duende pasaba días enteros inventando mentiras – siempre nuevas y mejores - para luego susurrarlas al oído de todos los habitantes del mundo, envueltas en diferentes aromas, ya fuera mentiras de grandes o mentiras de niños.

Algunas de sus mentiras de colección eran pequeñas e inocentes pero había otras, bastante voluminosas y enredadas. Y las había tan grandes y fantásticas que el eco de su voz al repartirlas, llegaba hasta los más lejanos confines del Universo.

En las noches, Busilis escogía al azar pero especialmente, algún niño que dormía profundamente y, sentadito al borde de la almohada, comenzaba a cantar, acompañado de una pequeña flauta dorada que poseía un soplido muy especial: las notas musicales, do, re, mi, fa, sol, la si, llevaban consigo una pequeña bolsita y esparcían un polvo también dorado, a medida que iban entrando desde el umbral del oído.


Aquel polvo misterioso, irresistible, era el polen de una planta muy rara cuyo origen sólo Busilis conocía. De allí nacían las mentiras que repartía entre canciones en cada maliciosa visita.

Y así, el travieso duende se divertía, estallando en risas, mientras contemplaba los castigos y las consecuencias, a veces graves, que sufrían todos aquellos seres que dormidos, habían sido embrujados con aquella extraña música y ese polen enigmático.

Muriel – una de sus víctimas – era un niño extraordinariamente mentiroso y fabulador y en una ocasión, fue sorprendido con el peor castigo que podía recibir por sus mentiras: tenía que leer un gran libro que su padre trajo a la casa, llamado “El libro gordo de las mentiras”.

¡El! ¡Justo él! ¡Qué odiaba todo aquello que oliera a tinta y papel!.Decía su padre que allí descubriría porqué mentir era tan feo y peligroso.

Leyendo aquel libro, Muriel se enteró de las travesuras de Busilis y de su exótica planta de la cual obtenía el polen que hacía mentir a las personas.

Desde aquella lectura y durante cierto tiempo, obsesionado por la imagen recurrente de Busilis, instalado cómodamente sobre su almohada, no lograba conciliar el sueño.

Cansado y mal dormido, apenas encontraba fuerzas para jugar y hacer las tareas. La cabeza solía darle vueltas como si hubiera pasado horas en la calesita y se sentía agotado. Se iba quedando sin fuerzas y hasta las mentiras, resultaban livianas y sosas e incluso, inadvertidas. Y entonces, se dio cuenta que todo el mundo había cambiado su opinión sobre él, poco a poco. Ya no lo llamaban mentiroso, ni desconfiaban de él cuando contaba sus travesuras o justificaba sus acciones.



Y así fue como Muriel, por una gran mentira – y un gran escarmiento - descubrió el secreto del que hablaba su padre. Porque al final, todos descubrimos que la mentira es sólo eso: un pequeño duende de patas cortas, que tarde o temprano, nos hace pasar un muy, muy, muy mal rato.-

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