domingo, 6 de abril de 2014

Juaco y la tienda de antiguedades

La tienda era acogedora y al pasar los minutos las paredes cambiaban de colores hasta volver a su tono original; afuera, el viento soplaba intenso y provocador. Juaco se afirmó con sus manos heladas sobre un tablero de troncos y susurró:

—Aquí está calentito. Parece que estoy dentro de un caleidoscopio. — y con su dedo índice escribió su nombre en el polvo que cubría el piso y luego de deletrearlo poco a poco, se quedó dormido

Las letras se movieron primero un poquito. Unos minutos después se movieron tanto que se encontraron paraditas frente a Juaco, muy asombradas. Afuera el viento rugía y la lluvia semejaba un piano desafinado. Las cinco letras se acomodaron formando una medialuna, sentaditas y muy serias

— ¿es una montaña? — preguntó Jota, con un hilo de voz que más bien parecía un hilo de polvo luminoso.

U se río y su risa se oyó como el vuelo de una abeja.                                 

- Zzzzz, zzzzz, zzzz -
- las montañas no suspiran ni usan gorros —dijo A pensativa y se incorporó dando unos saltitos hacia adelante para ver mejor —. ¡Qué grande!! – exclamó al fin. Y su grito fue más bien como el canto de un búho.-
- Uhhh uh uuuuuhh -



 Tal vez sea una campana gigante — sugirió Ce estirándose hasta parecerse a Ele minúscula, tal como hacía cada vez que estaba impresionada.
- Gigante puede ser, pero las campanas tienen forma de pera – opinó O con picardía - que por su parte, sólo estaba apenas impresionada – y esto se parece más a una banana — y envalentonada, se acercó a la nariz de Juaco para ver que se veía dentro de esos agujeros.

Afuera el viento soplaba y soplaba intentando entrar por debajo de las puertas de la tienda — y las cinco letras, comenzaron a correr de aquí para allá espantadas.

El alboroto despertó a Juaco que abrió los ojos primero un poquito y en seguida, los abrió tanto que sus pupilas parecían pequeñas linternas verdes. Algo o más bien, varios algos corrían de acá para allá en una carrera que no parecía llevar a ningún lado.

- ¿qué pasa aquí? – dijo Juaco intentando hacer sonar su voz como la de un niño grande, aunque sabía que era un poquito pequeño y al instante, Jota, U, A, Ce y O, se detuvieron en mitad de la tienda, una al lado de la otra, observando inmóviles a la montaña campana con gorro y forma de banana que en este momento, no suspiraba sino que “¡hablaba!”
    
              Ce se movió un poquito, pero sólo para estirarse hasta parecerse a Ele minúscula. Y en un segundo recobró su forma. Jota, U, A y O ni se inmutaron y entonces Juaco, nuevamente deletreó su nombre pausadamente, sólo que esta vez las letras estaban frente a él, paraditas como soldados y no en el piso donde él las había dibujado

- Hola - corearon las letras algo nerviosas; bueno en realidad, bastante nerviosas – y O que era la más valiente, preguntó:
- ¿puedes hablar?


Juaco enseguida pensó que su tía Margarita tenía razón. “En la tienda de antigüedades pasaban cosas raras” le había dicho y por eso nunca le daba permiso para entrar.

- las que no deberían hablar son ustedes… - dijo entonces mientras las miraba con desconfianza
- ¿porqué no? – preguntó Jota con su hilo de voz que parecía polvo en movimiento. U por su parte se rió, con su risa como vuelo de abeja; A dio dos o tres saltitos con su grito como canto de búho y Ce, silenciosamente, se fue estirando hasta parecerse a Ele minúscula.

Y acto seguido, las cinco letras se sentaron en medialuna sin decir más nada, mientras afuera el viento seguía soplando y la lluvia seguía tocando su melodía de piano desafinado, que seguro desafinaba porque estaba mojado.

- Porque no – dijo Juaco muy serio aunque no sabía la respuesta – porque… son letras que yo dibujé en el piso, dibujos con forma de letras que no hablan ni nada. Son sólo eso, dibujos. No existen.-

Y dicho esto, se arrodilló en el piso y comenzó a dibujar en el piso la palabra “No” una y otra vez hasta que cinco veces y cada vez que dibujaba un No y lo repetía en voz alta, éste dejaba de ser un trazo en el piso y levantándose, corría a sentarse en medialuna detrás de las primeras cinco letras

- ¡Tía Margarita!- gritó entonces Juaco más asombrado que las letras cuando lo vieron durmiendo. – Tíaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa -

Unos pasos apurados fueron acercándose y la puerta del sótano se abrió, dando paso a la Tía Margarita.
- ¿qué pasó? ¡Juaco! Te dije que no podías entrar a la tienda – y se acercó al niño que lloraba desconsoladamente, con tanto miedo.

Y junto con la Tía Margarita llegó el viento y armó un remolino.

- ¿letras que hablan? — preguntó la Tía Margarita a Juaco que haciendo pucheros le contaba su experiencia. Y mientras tanto, el remolino daba vueltas y vueltas alrededor de la tienda, levantando el polvo y arrastrándolo hacia la puerta.

Las letras que ya no eran cinco sino un montón se agarraron de las maderas del piso para que el viento no las arrastrara en sus volteretas. Y la lluvia y el polvo se mezclaron y las letras y las notas de piano mojado desafinado formaron una canción de barro en el zaguán

Juaco dejó de llorar y prestó atención al sonido que llegaba de la calle, mientras la tía Margarita lo observaba divertida.
Ya no soplaba el viento. Ya no llovía y en mitad del cielo, frente a él, una medialuna gigante de varios colores atravesaba el cielo. Había pájaros volando bajito, dibujando garabatos con su vuelo. 

 Eran unos pájaros algo extraños y cuando miró un poquito más, descubrió que el arco iris – Tía Margarita le dijo que así se llamaba esa gran medialuna - tenía escrito su nombre. Y alrededor, cinco pajaritos muy pero muy pequeñitos garabateaban la palabra No.-
La tía Margarita le guiñó un ojo y dijo:

- te advertí que en la tienda suceden cosas raras –


Y a Juaco le dieron muchas ganas de reír y rió, río fuerte y mucho.
El eco de su risa se adhirió al polvo, se sumó al zumbido de una abeja y se extinguió con el canto de un 
búho.



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