lunes, 27 de febrero de 2012

Desatanudos (dedicado a mi hija Flor, en sus 16 años)

I
Una tarde de otoño, paseaba Flor por los alrededores del barrio que la vio crecer, absorta en los acontecimientos que abrumaban su vida, con dificultades, contratiempos y a veces incluso, con soledad. Enfrentarse a los problemas nunca es fácil. Y aunque Flor era muy pero muy inteligente, de todos modos, ese día no tenía ganas de “prender lamparitas” en el pensamiento. Ni en el suyo ni en el de nadie. 
Y aquella tarde, abrumada, sentía, literalmente, que la vida “se le subía a la espalda” pesándole terriblemente. 

Mientras caminaba sin rumbo y sin poder concentrarse, oyó de pronto un sonido confuso. Parecían voces; o tal vez no. Quizás fuera el murmullo de una canilla o una música algo lejana. No sabía muy bien qué era aquello pero logró sacarla de sus cavilaciones para tratar de averiguarlo. 
Caminó de un lado para otro según le llegaba el extraño sonido. Ahora aquí; ahora allá. Era difícil saber su origen y qué era. Y Flor, vencida y desilusionada, fue a sentarse en uno de los escalones de ingreso a la plaza, con tanta mala suerte que resbaló y cayó. 

Al recuperarse del golpe y el susto, ante sus ojos apareció un personaje diminuto de color verde. Tenía por nariz una pequeña trompa y unos ojos muy brillantes, una boca minúscula sin labios que se movía como si hablara aunque ella no podía oír nada. Al rato, comenzó a desesperar e invadida de una profunda tristeza rompió en llanto. 

-No llores - pudo entender que decía, pero la voz no llegaba a mis oídos. Era como si estuviera en su…¡en su mente!. 

-Todo lo que puedes hacer está en tus manos y lo puedes hacer todo- sintió luego que decía. Otra vez era como una campana en su cabeza. 

Flor se frotó los ojos muy fuerte; por un momento, pensó que estaba inconsciente y aquello era sólo fruto del golpe. Quiso hablarle al duende pero no pudo. Sus labios se sellaron de repente y no podía, por más que intentaba,articular palabra. Quizás estaba muda por el estupor. Pero, lejos de provocarle miedo, aquel personajillo, duende, extraterrestre o lo que fuera, le daba una tremenda paz y confianza. Se sentía inexplicablemente muy cómoda con él. 
¿Por qué entonces no podía hablar? 

- Porque antes has de escuchar – Otra vez la respuesta le llegaba de igual manera. No había voces. Sólo palabras en su mente. 
Aunque seguía sin entender, pensó que era una respuesta sabia pues, en los últimos días, no se había parado a escuchar a nadie. Había actuado egoístamente. 

II 
Flor se incorporó lentamente, sosteniéndose de unas rocas salientes que tenían una extraña y fascinante forma: se perdían difusamente entre el espeso follaje de la montaña y al mismo tiempo, brillantes y pulidas, se arqueaban sobre el río igual que los cristianos al persignarse frente a un altar. 

Sólo entonces reparó en el paisaje que se extendía delante de sus azorados ojos. 

Una infranqueable muralla vegetal de increíble altura, enmascarada por un sinfín de enredaderas que “literalmente” se abrazaban a los árboles como pidiendo elevarse hacia la luz solar y cuyo verdor, parecía barnizado por las propias manos del sol. 

Otros árboles, más bajos pero no menos imponentes se alineaban invitando a seguir la senda que formaban. Uno junto a otro en armoniosa hilera, de verdes tonalidades que no conocía, silenciosa e inquietante, apenas interrumpida por el persistente y sonoro canto de los pájaros. Algunos sonaban un tanto agudos y otros, apenas perceptibles. 

Los ojos de Flor se abrieron aún más asombrados cuando observaron el contraste casi violento de aquella paleta de profundos y casi desconocidos verdes naturales con el rojo violento del polvoriento suelo. Un suelo que sus pies apenas se atrevían a pisar.- 

- ¿Dónde estoy? – intentó preguntar a su también verde compañero. 

No caía en la cuenta que en aquel impresionante escenario, el don del habla parecía carecer de sentido. 

- Mi nombre es Dimitrius – fue la siguiente frase que corrió por su cabeza. 

Se comunicaban con la mente, eso era obvio, pero, ¿cómo hacía ella eso? 

- Lo haces con el poder de tu voluntad y con la necesidad de tu espíritu inquieto – 

Flor contuvo la respiración. 
Intentó dejar su mente en blanco. ¿Aquel ser diminuto y verde le estaba leyendo la mente sin siquiera pedirle permiso? ¿Qué otras cosas sabría ese enano verde sobre ella sin que pudiera evitarlo? 

- Podría saberlo todo si quisiera, pero soy un enano verde muy discreto – 

Su mente le transmitió aquellas palabras mientras Dimitrius le guiñaba uno de sus ojos brillantes con una expresión muy graciosa y Flor entretanto, sentía el calor de la vergüenza subir hasta su rostro y encenderlo.- 

- jajaaj jajaja… - La risa melodiosa y dulce de un niño hizo eco en su cabeza. 

Era Dimitrius. No parecía enojado. 
- No te preocupes. No leeré lo que no es necesario. De todos modos, tú también lees la mía. Supongo que te habrás dado cuenta. La diferencia está en que no sabes cómo hacerlo y por eso, mis peores secretos están a salvo – Y Dimitrius volvió a reír mientras le señalaba el entorno.- 

- Contestaré ahora tu primera pregunta. Este lugar, es un punto geográfico que tu alma guardaba entre las últimas imágenes al caerte y golpear tu cabeza. 

- Seguramente – continuó – es un sitio que tienes entre tus recuerdos…- 

- ¿qué? –lo interrumpió ahora Flor con un grito - ¡jamás estuve en un sitio como este! – 

Dimitrius giró la cabeza de un lado a otro, en señal de negación. 
- Vamos mal; muy mal…así no aprenderás nunca a manejar tu mente y además, te dije que debes aprender a escuchar. No dije que habías estado en un sitio como este. Sólo dije que lo guardabas en tus recuerdos. Puede ser que lo visites en tus viajes oníricos o tal vez, un paisaje que has observado en fotos y tocó las fibras sensoriales que gobiernan tus fantasías. Por eso, al sentirte perdida y sola, tu alma se defendió buscando esas imágenes.- 

Flor estaba inmóvil y confusa; también avergonzada. El enano verde tenía razón otra vez. Aquello de hablar con la mente resultaba algo absurdo para sus hábitos humanos tan arraigados. De todas formas, intentó concentrarse en la conversación.- 

- Yo… - Sus mejillas nuevamente se cubrieron del color de las manzanas deliciosas – no pudo continuar y Dimitrius volvió a esparcir su risa dulce e infantil por los rincones de su mente. 

- No te preocupes amiga; ya te dije que no leeré nada que no sea importante para ayudarte. 

En aquel preciso instante, Flor creyó que moriría de un susto. Ahora sí, su mente quedó absolutamente en blanco. 
Un pájaro de asombroso colorido, entre negros, blancos y rojos, con un gran pico naranja, cruzó por su cabeza y fue a pararse justo frente a sus narices. 

- No temas – le anunció Dimitrius, otra vez sonriendo – es un Tucán y no te hará ningún daño. Existen en este paisaje, muchas y variadas especies de pájaros hermosos como este. Lo único irreal e indescifrable en lo que debes concentrarte además de quien te habla, es la causa de tus penas. 

Dimitrius entonces, ubicándose con total desparpajo sobre el hombro de Flor, la sorprendió nuevamente con su voz real, también infantil, pero muy seria: 

- dejaremos el diálogo de mentes por ahora. Tengo que contarte un secreto y debes escuchar muy, pero muy atentamente.- 
Dicho lo cual, acercó su trompa al oído de FLor y ella sintió su aliento con la misma impresión que el primer soplo de aire en un amanecer de verano. Tan cálido y placentero. 

Dimitrius comenzó a hablarle al oído casi imperceptiblemente. Y cada palabra de aquel ser mágico era para ella como el eco nostálgico de los más bellos sonidos de su infancia. 

Cada vez que Dimitrius pronunciaba una palabra, Flor tenía la misma sensación que si le dieran un masaje reparador; un nudo aparentemente grueso e imposible se le desataba mágicamente en el corazón. 
Lo primero que el duende le dijo fue: 

“- súbete a una nube FLor; cada vez que sientas que las manos se te contraen por la impotencia de no saber a qué asirte. Súbete a una nube y desde allí, el mundo te parecerá tan maravilloso que los problemas que te agobian resultaran mucho, mucho más pequeños e insignificantes que yo mismo…sí; es posible. Sólo busca la magia en tu interior y para eso, tienes que cerrar los ojos y respirar muy profundo y suave; muy suave.-“ 
Y lo segundo que Dimitrius dijo fue: 

“- algunas personas necesitan más tiempo que otras para responder a los estímulos del mundo exterior; necesitan que las dejen ser, no que las “detengan” allí donde otros creen que están todas las respuestas “. 

III 
Más tarde, cuando ya Dimitrius era sólo un recuerdo en su vida y la fantasía donde descansara se había esfumado para dar paso a la cotidianeidad, Flor comprendió con una felicidad relajante y fresca, el mensaje que le había dejado aquella experiencia y recordó sorprendida - porque ella y la lectura no eran las mejores aliadas - una frase de vaya a saber quien o dónde había leído. Y tampoco le importaba. 

Lo importante era que ahora al recordarla la sensación de “entender” y disfrutarlo, era francamente increíble. Y su cumpleaños número dieciséis también lo sería y ahh... 

¿Cuál era la frase? Era ...
"Si no eres feliz... El culpable eres tú."

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